Mucho se ha hablado acerca de la felicidad, es un tema que a todos nos interesa porque ansiamos encontrar el camino que nos conduzca a ella.
Sabemos que hay personas que parecen estar siempre felices y otras que, por el contrario, parecen estar sumergidas en una tristeza perenne, pero no conocemos del todo el por qué de estos dos estados tan dispares entre sí.
Durante un periodo de tiempo demasiado largo, ha existido la creencia popular de que la felicidad era un premio, una lotería que sólo le tocaba a algún afortunado que no éramos nosotros. Por suerte, y después de años de estudio, ya podemos asegurar que ser felices sólo depende de nosotros mismos, de nuestra actitud frente a la vida, así que podemos afirmar que se puede aprender a ser feliz.
«No podremos controlar lo que nos va a pasar, pero sí podemos elegir como enfrentarnos a ello».
Todos hemos podido conocer a personas que se sobreponen con facilidad a todas las trabas que ocurren en su vida y otras que insisten siempre en ver el lado negativo de todo cuanto les pasa. Nadie nace optimista ni pesimista, las dos son personalidades en las que nos podemos cobijar y en nuestra mano está elegir una u otra. Particularmente prefiero pedirme ser optimista, por mucho que otros parezcan disfrutar sumergiéndose en el pesimismo.
Para hacernos con el optimismo, la clave fundamental es dejar de ser espectadores de nuestra vida y tomar las riendas de ésta. Una actitud activa, comprometida con todo lo que nos rodea, es la que nos llevará a vivir con plenitud y euforia.
Aunque parezca algo contradictorio, lo que ayuda a encontrar nuestra felicidad es precisamente olvidarnos de nosotros mismos. Debemos formar parte de algo mucho más grande que nuestro yo, una causa de la que seamos una parte importante, pero que en importancia y relevancia esté por encima de nuestra persona. Esto lo experimentan a diario los que son parte de un equipo comprometido, donde lo más importante es la misión colectiva, por encima de los intereses individuales.
No existen atajos para ser feliz. Podemos pensar que tomar drogas, ir de compras, comer chocolate, practicar sexo o ver la tele puede proporcionarnos felicidad pero nada más lejos de la realidad. Este tipo de actividades, aunque satisfactorias, proporcionan una efímera sensación de bienestar que no perdura en el tiempo. Solo las actividades que aportan algún tipo de valor a nuestra vida son las que nos harán felices, lo importante es que, de algún modo, contribuyan a nuestro crecimiento personal.
Por último podemos hablar de tres mitos en los que se ha basado la felicidad durante mucho tiempo: salud, dinero y amor. De estos tres elementos sólo se ha dado fe científica de que el amor sea realmente influyente en la felicidad, por encima de la salud y el dinero. Al parecer, las personas que gozan de buenas relaciones personales son realmente más felices.
Ser felices depende sólo de nosotros mismos, así que debemos adquirir el compromiso de encontrar el tiempo y el empeño necesarios que construyan una vida plena y comprometida.
Un cambio de enfoque de nosotros mismos nos transformará en esa persona que durante tanto tiempo hemos querido ser . Nos empujará a encontrar el camino que nos conduzca a la, tan ansiada, felicidad.
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