A medida que nos vamos adentrando en la profundidad de los caminos de la vida, ésta se
muestra en todo su esplendor.
A primer golpe de lectura parece una frase bonita, cargada de verdad, digna de un buen inicio
para encarar una reflexión. Ciertamente, y a mi parecer es así. Y, aprovechando la ocasión, paso
(disculpad la textura del verbo, pero para este comentario necesito expresarlo así…) de juicios
baratos en relación con las perspectivas que un@ se pueda crear al leer esta primera frase,
pero para mi tiene todos los ingredientes necesarios para entender que el objetivo de nuestra
propia experiencia terrenal no es otro que conocerse un@ mism@, para luego ser capaces de
establecer vínculos cargados de amor (servicio a los demás) y comprensión (aceptación por los
procesos individuales que cada un@ vive). Para, al fin y al cabo, llegar a la conclusión que, entre
otras, cada un@ actúa partiendo de su grado de crecimiento personal, y con ello, lo hace lo
mejor que sabe.
Volviendo a la frase introducción, ciertamente, la vida nos regala momentos. Nos regala
encuentros que, verdaderamente, no son casualidades, sino causalidades. Como por ejemplo el
hecho que Carlos y yo nos conociéramos en un contexto laboral, para posteriormente,
establecer un bonito lazo de amistad, a mi parecer, con mucha base y conexión personal.
Otro de los regalos que nos ofrece la vida es ser consciente que todo lo que nos rodea es lo que
necesitamos para vivir. Ni mas ni menos, y en este sentido, el ejercicio de la gratitud debe estar
presente siempre. De la mano de lo anterior, agradezco de veras a Carlos la oportunidad de
poder colaborar en su blog personal. Su trabajo, su contenido, su mensaje vehiculado por una
manera de comunicar próxima, contundente y que invita al cuestionamiento de nuestros viejos
paradigmas i erróneas creencias de vida son, sin duda alguna, dignos de una valentía a
mencionar y de una riqueza interior que llega hondo.
Gracias Carlos.
50 cosas sobre mi, en clave vertical
La historia de mi vida, hasta la fecha, está cargada de vivencias que me han llevado a
plantearme dos cosas: 1) que la vida es bonita de por si, y 2) que necesitamos sufrir para darnos
cuenta de aquello que debemos aprender, dado que aún no lo hemos hecho.
A muy temprana edad, me reconocí como un niño feliz, alegre y cargado de vitalidad. Un niño
comprometido con hacer el bien y aprendiendo, con alguna torpeza, a ser una persona íntegra.
Vivíamos en Barcelona, cerca de la Sagrada Familia, donde pasé mis primeros 4 años de vida.
Iniciamos, en Barcelona, la construcción de nuestros cimientos como familia para,
posteriormente, trasladarnos a Vilanova i la Geltrú, donde establecimos nuestro hogar
definitivo.
Dado mi carácter inquieto y enérgico, ya de pequeño me gustaba practicar toda clase de
deportes. Donde la natación y el futbol se alzaron como los protagonistas de mis horas de juego
y diversión.
A mis cuatro años llegó mi hermano pequeño, Miquel. Y, en ese momento, cambio algo en mi.
Ese cambio tenía mucho que ver con un sentimiento de responsabilidad, que no de envidia.
Creo que nunca me importó demasiado, quizás lo justo, haber perdido mi protagonismo como
hijo único.
Nunca hubiera pensado que su llegada, años después, me ofrecería la posibilidad de
conocerme a mi mismo, más allá de mis nociones como persona.
O, dicho de otro modo, su llegada me proporcionó (y me proporciona), una visión de la vida
más allá de lo mundano. Más allá de lo tangible. Más allá de lo material…
Nadie, a priori, nos enseña que nuestras vidas están vehiculadas por nuestros egos. Mi
hermano, me regaló las semillas para poder, años después, entender los por qués y los para
qués de la vida. Pero vayamos paso a paso…
Orientado por mi educación, tanto en su ámbito familiar como en el institucional, y por las
relaciones de amistad cultivadas en distintos ámbitos, que, fui creciendo como persona.
Sin duda, hubo y hay muchos más estímulos que me condicionaron y me condicionan como
persona (y lo pongo en cursiva porque esta palabra contiene mucha información como para ser
obviada… pero, me reservo su reseña particular para más adelante): como los medios, la vida
en sociedad y su cultura asociada, entre otros…
Tengo en mi, y lo pienso de manera determinada, parte de todo lo que he absorbido,
sobretodo a lo largo de mi infancia. Y, sin duda, parte de las experiencias vividas a partir de ella.
Rara vez, pienso, que me sucede algo por casualidad. Y en este sentido, todas las experiencias
que he vivido me han ofrecido, y me ofrecen algo con lo que aprender.
Aveces, y siguiendo el hilo anterior, tiendo a pensar que la vida me debe algo, por el mero
hecho de haber padecido una situación dolorosa.
E inmediatamente, me recorre por todo el cuerpo una sensación de ira y de frustración
enorme.
Lo que intento decir, es que cuando uno se da cuenta que sus creencias vienen condicionadas
por experiencias, estímulos externos, así como por directrices de segunda mano, ciertamente,
uno cuestiona si de verdad se siente identificado con todo ello.
O bien sigo dormido de la mano de mis creencias arreladas desde edades tempranas, o bien,
intento consolido mi despertar, esta vez de la mano de comprender que todo lo que me ha
sucedido ha sido necesario para que se produzca este mismo despertar. Y que, sin lo sucedido,
seguramente, no estaría observándome ni cuestionándome.
Quiero añadir, en este punto que, una de las revelaciones que me ofreció la vida es ser capaz
de dar marcha atrás y verificar (que no creer a ciegas) que lo vivido ha tenido una causa, y que,
con ello, tarde o temprano voy a añadir más sabiduría en mi respectiva mochila.
Uno de los motivos por los que siento que mi hermano me ha dado tanto, es por el hecho de
pensar que le debo muchas disculpas por mi terca manera de ver las cosas.
Es decir, reconozco que mi posición como hermano mayor ha podido condicionar su rápida
asimilación a entender que en este mundo no hemos venido a sufrir sino a aprender los unos
de los otros.
Que las relaciones entre hermanos son complejas, es una certeza. Con esto no pongo de
manifiesto nada nuevo, pero sí que me da pie a poner en contexto que, aunque lo pasamos en
grande cuando éramos pequeños, cuando entré en la edad adolescente nuestra relación se
enfrió y distanció.
Una vez iniciado el ejercicio de hacerme camino en la vida, justamente cuando entré en el
periodo adolescente, mi ego se volvió aristo y llenos de contenido. Ahora sé que, con la única
finalidad de ser aceptado por la sociedad, por tener mi entorno seguro de amigos, para no
sentirme rechazado. Ciertamente, esto sentía en mi periodo como adolescente (supongo que,
salvando distancias, como todo adolescente).
En este sentido, a la conclusión que llego, dado este contexto vivido durante mi periodo de
crecimiento, es que, si durante mi respectivo periodo de crecimiento hubiera habido un atisbo
de autoconocimiento, a ciencia cierta (y digo ciencia porque, ciertamente, se trata de
neurobiología asociada a la cotidianidad) hubiera transitado ese periodo aprovechando la
energía desbordante que el periodo adolescente ofrece para creer más en mi. Para partir de mi
propia valoración como persona, y para verificar que nada ni nadie tiene poder sobre nosotros.
Recomiendo, de manera determinada, profundizar en el autoconocimiento de cada un@.
Puesto que, más allá de sanar pequeñas o grandes heridas del pasado, las cuales me
condicionan en las decisiones de futuro, el autoconocimiento me aposenta en una base sólida e íntegra donde la percepción que cada un@ es perfecto tal y como es, es el mayor regalo que
me puedo hacer.
Es sumamente necesario que se ofrezcan al mundo toda la amalgama de herramientas que
permiten desarrollarse personalmente, para así poder ofrecer lo mejor de nosotros, con el
objetivo de servir a los demás.
Matizo lo anteriormente expuesto, en el sentido que, la evolución de cada un@ conlleva
ritmos distintos, y debemos comprender que los maestros aparecen cuando los alumnos están
preparados, no antes. Por este motivo, pienso que no se debe forzar ningún aprendizaje, sino
que este aparece cuando nuestro momento es el propicio.
Ocurre que, cuando reconozco al maestro (en mi caso, uno de ellos es mi hermano) todo toma
sentido, y la perspectiva ayuda a entender el como y el porque.
Sin este hecho, no hay aprendizaje posible. Bueno, sí que lo hay, el basado en las capacidades
cognitivas para nuestro desarrollo diario, pero en este contexto me refiero a un aprendizaje
mas profundo… Un aprendizaje que va más allá de las habilidades de razonamiento y cálculo.
Me refiero al despertar de la consciencia, con S, no de la conciencia, sin S.
Sin ser consciente de mis automatismos como persona, no seré capaz de vivir una vida plena,
vehiculada por mis instintos. En caso contrario, ciertamente, mis limitaciones cargadas de
miedo y culpa van a guiar mis decisiones a corto, medio y largo plazo.
Invito a quien quiera a profundizar sobre lo descrito en el anterior punto. Puesto que se puede
señalar la puerta, pero no se puede cruzar por otro…
No creo, por consiguiente, que deba vivir una vida basada en ganar dinero, y en poseer cierto
estatus para cubrir las expectativas, generadas por la sociedad, que se supone que debo
conseguir.
Osea, pienso que no tiene ningún sentido esforzarme cada día en trabajar en un contexto que
no me llene, para comprar cosas que no necesito, con dinero que no tengo, para impresionar a
gente a la que no le importo.
La verdad es que, percatarme de que, en general, estoy viviendo (y estamos viviendo, todos)
una vida condicionada por terceros (en definitiva, por toda una sociedad entera), con sus
costumbres y sus valores asociados me enseña que sino vivo mi propia experiencia como quiera
vivirla, no exprimiré todo el potencial de esta experiencia terrenal me puede brindar.
O mejor dicho, que el síndrome de Solomon no sea mi patrón de vida. Es decir, que no tenga
miedo de ser como soy, dado cierto contexto social.
Que la valentía, la entereza, la solidez, la seguridad me vehicule en mis acciones, para así,
poder ofrecer lo que verdaderamente llevo dentro.
Uno de los relatos que mejor reflejan esta premisa es el de la naranja exprimida: donde un
profesor invita a su alumno a entender que si se exprime una naranja lo que sale de ella es jugo de la propia naranja, y análogamente, si la vida exprime una persona, ésta va a sacar lo que
tiene adentro.
En este sentido, y atendiendo al relato anterior, debo reeducarme para poder decidir como
actuar cuando la vida me pone a prueba.
Nada ni nadie, debería condicionar mi actitud delante de un determinado momento
perturbador. El relato de la naranja me enseña que es nuestra responsabilidad decidir como
actuar cuando hay algún problema. Y que sólo partiendo de un trabajo interior podré sacar de
adentro todo lo mejor.
Estamos, ahora sí, en el punto de comprender que, si reconocemos a nuestros maestros, y nos
comprometemos con nosotr@s mism@s, conseguiremos eludir el sufrimiento, para mejorar
acto seguido nuestro entorno mas próximo.
Cuando comprendí que la sociedad es un juego de espejos, en los que nos proyectamos l@s
un@s con l@s otr@s, vehiculados por nuestros egos, la perspectiva me cambió por completo.
Se me hizo visible un nuevo paradigma, donde sólo debe haber sitio para el amor (el servicio a
los demás) y el compromiso para trabajarse un@ mism@, en pro de crear un mundo mejor.
Tarea nada fácil, por cierto…
El trago inicial es muy amargo. No quiero verme envuelto en mis sombras. Y, ciertamente,
tod@s tenemos las nuestras.
Sino que, lo cómodo es seguir sintiendo los placeres de la vida sustentados por nuestros
sentidos primarios, en lugar de verificar que nada ni nadie nos va a proporcionar la felicidad
que anhelamos, en cualquier caso, la va a complementar. Y que, ciertamente, nos proyectamos
en lo que nos compramos y en las relaciones que tenemos.
Insisto en esta premisa porque creo que es un punto de inflexión para poder intentar despertar
de este teatro que tiene como escenario la vida entre espejos y egos.
Tengo que comprometerme, entendiendo los ritmos de cada un@, que estoy aquí para
aprender de lo que me sucede (bueno o malo), y con ello, llevar a cabo una tarea diaria
individual que me aleje de los anhelos del ego, y me acerque a la paz interior.
Animo, a quien esté listo para ello, a hacer una carta de agradecimiento por todo lo que nos
han regalado nuestros padres, así como aquello que no aceptamos de ellos. Esta carta la
puedes entregar o no, pero el jugo que saldrá de ella, será auténticamente revelador…
Mientras no seamos conscientes, con S, de nuestras creencias limitantes, heredades por una
sociedad dormida y egoísta, no podremos vivir en libertad y, por consiguiente, no podremos
ayudar a crear una sociedad más justa, más humana y, en definitiva, más tolerante con
nuestros errores individuales.
O, dicho de otro modo, no podremos ayudar a crear una sociedad donde convivan personas
que se acepten tal y como son, y que acepten a los demás tal y como son. Porque la clave está
en aceptarse un@ mism@, y con ello desaparecen los juicios y prejuicios a trecer@s.
Sobre todo, no hay que creer en nada de lo que aquí se ha descrito. Un@ debe cuestionarlo
todo y verificarlo por su cuenta. Sólo haciendo este ejercicio de verificación individual
creceremos como personas, porque no daremos nada por seguro, sino seria una creencia más
arraigada en nosotros. Una creencia de segunda mano que nos va a condicionar de manera
automática, sin ser conscientes de ello.
Ignasi
Gimeno
Figueras