Todos los días tomamos miles de decisiones, y detrás de todas ellas hay un poderoso dilema que asalta a  nuestra mente: ¿habré tomado la decisión adecuada?

Si hoy te paras a pensar en todo lo que has hecho a lo largo del día, ¿puedes afirmar que todas las elecciones que has tomado se mueven en favor de tus objetivos? Los caminos que has seguido esta semana, la gente con la que más tiempo pasas a lo largo del año o la empresa donde trabajas. ¿Todo eso mejora de alguna manera lo que es para ti más importante en tu vida?, ¿es lo que quieres realmente o lo que la sociedad te ha impuesto? Reflexiona sobre ello.

 ¿Te has parado a pensar si tomas tus decisiones en base a tus valores y prioridades?

Podemos pensar que todas nuestras decisiones obedecen a nuestros objetivos de vida, pero a menudo y –movidos por la inercia del día a día- no es así. Existe una tendencia popular que consiste en evadirnos de nuestras responsabilidades a la hora de tomar nuestras decisiones, en beneficio de una vida más controlada, más rutinaria y , por supuesto, menos feliz.

Existe mucha información acerca de cómo debemos tomar nuestras propias decisiones, yo lo he resumido en 2 Pasos principales que pienso que son muy útiles.

Si quieres ahorrarte el tener que leer el resto del post, puedes descargarte directamente el siguiente ejercicio (sin darte de alta, sin trucos):

Ejercicio ⇒  «Aprender a Tomar Decisiones»

Paso 1. Identifica tus Prioridades 

Lo primero es aclarar que no hay decisiones correctas o incorrectas, sólo soluciones a favor o en contra de nuestras prioridades y valores. Saber esto, que es aparentemente tan obvio, aligera enormemente la manera en cómo nos enfrentaremos a la hora de tomar una decisión.

Tal y como se muestra en el ejercicio, el primer paso es identificar lo que para nosotros tiene más valor, aquello que es más importante en nuestra vida y que no estamos dispuestos a perjudicar. Sólo conociendo lo que más nos importa podemos tomar decisiones acordes a nuestra manera de sentir y pensar.

No hay nada más conflictivo que pensar de un modo y actuar de forma distinta.

Cuando identificas una preferencia y decides apostar por ella, de repente te sientes realizado y tranquilo, ya que todo encaja en tu interior porque estás actuando acorde a tu manera de ser y pensar. Así, inclinarse entre una decisión u otra se vuelve algo mucho más sencillo y natural.

Por eso es importante hacer un ejercicio de honestidad, para analizar qué es aquello que de verdad es una prioridad en nuestra vida. Por ejemplo, quizá creas que lo que más deseas en un futuro es ganar más dinero pero, ¿qué pasa si para conseguirlo debes mantenerte lejos de tu família?, ¿qué elegirías?, ¿família o dinero?, ¿qué tiene mayor peso para ti? Sé sincero y piensa con qué te quedarías.

Paso 2. Pasa del Victimismo a la Acción

Nadie te ha obligado a estudiar una carrera, nadie te dijo con quien casarte ni qué número de hijos tener, tampoco nadie te obligó a contratar una hipoteca ni a pagar un bonito coche en cómodos plazos. Tu situación actual es una elección tuya en base a una serie de decisiones que tomaste ayer y que hoy sigues tomando. Así que volcar nuestra frustración en un “destino que ya está escrito” es una conducta victimista y poco comprometida.

Nos pasamos el día vomitando excusas sobre el resto de personas, para no hacernos cargo de nosotros mismos, pensando que otro ya lo hará por nosotros: «mi jefe verá que no estoy contento y me ascenderá», «mi pareja notará que estoy enfadado y me regalará una noche romántica» o «mis hijos se portarán hoy mejor porque verán que estoy cansado». Esta manera de pensar es dejar en manos de otros lo que a nosotros nos toca solucionar.

Cambiar nuestro lenguaje cambia nuestra manera de tomar nuestras decisiones y de ver el mundo.

El tipo de lenguaje es fundamental para cambiar de actitud. Reemplazar expresiones como “tengo que” por “elijo hacer esto”, provoca un cambio abismal en nuestra manera de ser y de estar en este mundo. Cada vez que decimos, o pensamos, cosas como “tengo que ir a trabajar”, “tengo que lavar el coche” o “tengo que ir al gimnasio”, nos estamos resguardando en una conducta de victima. Este tipo de expresiones nos sitúan como actores de nuestra propia vida, olvidando el papel de director, como si estuviésemos todo el día siguiendo las directrices de alguien que no somos nosotros.

Cuando elegimos las expresiones “hoy he decidido seguir trabajando en esta empresa”, “he escogido ir a lavar el coche” o “hoy iré al gimnasio porque me he adquirido el compromiso de estar más en forma”. Los mensajes que nos mandamos a nosotros mismos son totalmente diferentes. Son mensajes de una persona que decide en su vida en base a sus prioridades, intereses y necesidades, al margen de lo que ocurra en su entorno.

Sólo con responsabilidad podemos conseguir una vida comprometida con nosotros mismos y con los demás.

Debemos dedicarnos a hacer que las cosas pasen, ser proactivos para intervenir de forma directa en un destino que sólo nosotros mismos tenemos el poder de escribir.

Una vida comprometida y feliz es una vida de alguien que toma sus decisiones en base a su misión de vida. Que sigue un camino que él mismo ha dibujado.  Hacer lo contrario es no hacernos cargo de nosotros mismos, es delegar el rumbo de nuestros próximos años en agentes externos que, rara vez, nos aproximaran a aquello que realmente nos hará felices.

Imagen: Pixabay

Anuncio publicitario